martes, 29 de enero de 2013

Asignaturas sexuales pendientes

Nunca he hecho un trío.
Nunca me he acostado con otra mujer.
Nunca he tomado parte en un intercambio de parejas.
Nunca he sido voyeur mientras mi pareja se besaba o restregaba con otra persona.
Nunca he compartido con mi marido los nombres ni los rostros de los hombres con los que fantaseo.
Y nunca he sido infiel.

De repente, tanto nunca me parece demasiado. Y no porque crea que es necesario ejecutar todo ese listado para tener una vida sexual completa, sino porque siento ganas de experimentar. No sé qué es lo que realmente quiero, pero sí tengo claro que, sea lo que sea, no se parece en nada a lo que tengo ahora mismo.

Un matrimonio de casi veinte años. Estable, supongo. Y feliz, a ratos. Tampoco tengo muy claro cómo definir esa felicidad. ¿Felicidad es que apenas discutimos? Sí, claro, porque apenas hablamos. Fagocitamos la televisión, interrogamos a nuestro hijo sobre su vida escolar, nos aburrimos mutua y sádicamente con detalles de nuestro trabajo, vamos al cine algún que otro domingo y follamos con tanta regularidad como rutina, en una mecánica que nos satisface por lo ensayado, pero no por lo novedoso.

No sé si es culpa de Leo. La verdad es que yo tampoco estoy imaginativa. Al menos, no con él. Con él me da pereza imaginar. Y, peor aún, me da pudor. Anoche quise proponerle algo -lo tenía en la cabeza, casi en la piel- pero al final le dejé que me penetrara con la misma precisión que de costumbre. Sin más ornamentos que los habituales preliminares -sabe dónde tocar mi cuerpo para que este responda como un acto reflejo- y sin más desenlace que un orgasmo entre cómodo y previsible. 

De repente, me resulta mucho más fácil hablar de mis fantasías con un desconocido. O hasta en este blog. Quizá necesito reinventarme y refugiarme en esa anonimia -sin nombres, sin datos, sin nada que no sea el deseo- para dar rienda suelta a lo que quiero hacer. Así que, libre de nombres y de ataduras, pienso que me gustaría que me acorralaran en el aseo de un bar y me masturbo imaginando que un tío de mi edad -solo un poco más joven- me impide el paso y me aprieta con fuerza contra la pared. Un tío capaz de levantarme hasta la altura justa como para hacérmelo allí mismo. En vertical y sin poesía. Sin falsas promesas. Sin ese lirismo estúpido con el que me han desengañado en tantas ocasiones.

No sé si voy a conseguir lo que busco. En parte, porque tampoco sé muy bien qué estoy buscando. Y sobre todo, porque puede que si lo encuentro, tampoco eso sea la solución a lo que realmente me sucede...

Y qué más da. Por lo menos, voy a intentar probarlo.

1 comentario:

Gaby Draper dijo...

La teoría me la sé... Pero la práctica, ahora mismo, no la corrobora