lunes, 4 de febrero de 2013

Afterwork

- ¿Por qué no te vienes?
- Tengo prisa, Lorena.
- ¿Y eso?

No ha sabido qué contestar. ¿Que tendría que haberle dicho? ¿Que siempre tengo prisa? ¿Que me paso la vida corriendo de un lado para otro ejerciendo de profesionalmadreesposa perfecta las veinticuatro horas del día? No, a Lorena no le puedo contar según qué cosas, porque entonces me suelta su discurso de lo bien que se ve la vida desde su atalaya de la independencia, y de lo realizada que se siente, y de lo maravilloso que es no tener a nadie invadiendo tu espacio. Y no digo que no sea cierto -ella sabrá, aunque de vez en cuando se le escape un mohín de envidia cuando se cruza con nosotros alguna pareja empalagosa-, pero tampoco es lo busco que me digan.

- Está bien... Solo un rato.
- Perfecto. Será divertido.

Y yo sabía que no iba a serlo, pero he querido creerme que sí. Así que he salido de la discográfica, he aguantado la mala cara de Alejo -mi jefe- cuando me ha visto salir a mi hora y después he soportado la voz de disgusto de Leo cuando le he pedido que se encargase él esta tarde de nuestro hijo.

- Tengo planes, Gaby.
- Ya, Leo. Y yo. Por eso te pido que hoy te ocupes de él tú.

Creo que ha soltado un joder antes del venga, un beso, pero tampoco me ha importado demasiado. Ya estaba convencida de que los gintonics con Lorena eran una idea estupenda y yo, una vez que me convenzo de algo, soy imparable. En fin, así me va...

El local al que me ha llevado para nuestra sesión de afterwork -¿por qué tenemos que bautizarlo todo con anglicismos estúpidos?- es un sitio de esos que se creen modernos y que, en realidad, son perfectamente vulgares. El gintonic, mediocre. Y la clientela, más. 

- No me dirás que no prefieres esto a seguir buscando rollos en internet.
- Yo no he dicho que esté buscando en internet.
- Dijiste que pensabas hacerlo.
- ¿Es que tú haces siempre lo piensas?
- Coño, Gaby, qué suspicaz estás, ¿no? Anda, relájate.

Pero no había forma de relajarse en esa marea de trajes y corbatas casi tan pretenciosos como el propio local. Trajes que querían ser italianos y corbatas que quisieron ser Hermès pero que se quedaron en Primark. Y no, no es que yo busque un alto ejecutivo, ni mucho menos, pero sí busco alguien que sea coherente, un poco -aunque solo sea un poco- genuino, alguien que sea real, no una jodida imitación -con o sin etiqueta de luxe- de otro alguien. 

Lo malo es que, en la hora y media que he pasado en ese bar, me he dado cuenta de que no importa demasiado qué busco. Lo que importa es que, de un tiempo a esta parte, nadie me busca a mí. Me he sentido, literalmente, invisible. Transparente en medio de esa marea humana de hombres que, estoy segura, buscaban más un polvo que una copa. Pero, por supuesto, las propuestas o, cuando menos, los intercambios verbales han ido a parar a las más jóvenes. Esas que todavía están en los treinta -asquerosamente seguras de sí mismas: ¿yo de verdad lo estuve alguna vez?- y que no se imaginan que a mis cuarenta y ocho se volverán mujeres invisibles, ajenas a ese mundo en el que todavía te invitan a una copa o, por lo menos, te sugieren compartirla.

- ¿A que te alegras de haber venido?

Pues no, Lorena, no. No me alegra haber comprobado que 1) no me interesa el mercado masculino (al menos, el disponible) y 2) yo tampoco le intereso nada a él. Para eso habría preferido tomarme mi copa de vino de cada tarde frente al portátil, sentada en mi salón mientras mi hijo finge que hace los deberes en su cuarto, distraída y chateando con alguien a quien puedo imaginar menos vulgar -sin traje, sin corbata, sin maletín- y sintiendo que, mientras que ese alguien no vea mi yo real, aún estoy a salvo. Aún existe la posibilidad de que ese sexo que imagino -y que cada día necesito un poco más- sí llegue a suceder. 

1 comentario:

Profelga dijo...

No me alegra haber comprobado que 1) no me interesa el mercado masculino (al menos, el disponible) y 2) yo tampoco le intereso nada a él.

CLARIVIDENTE, GABY!